El Quijote como pionero del Naming castellano

Por Dr. Lucio Cañete Arratia (lucio.canete@usach.cl)

Departamento de Tecnologías Industriales – Académico

Facultad Tecnológica

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En 1976 dos estadounidenses especialistas en marketing publicaron “Positioning: The Battle for Your Mind” donde uno de los capítulos de este libro de impacto mundial estaba dedicado a develar el poder del nombre en la concepción de cualquier producto. Sin embargo, más de tres siglos atrás de este éxito editorial en las ciencias de la administración, otro best-seller llegaba a miles de lectores en cuyo primer capítulo se puso en práctica de manera anticipada el Naming entendido como la técnica del proceso imaginativo para concebir nombres.

En efecto, “Rocinante”, “Dulcinea” y el propio “Quijote” parecen ser el resultado de singularidad, simpleza, eufonía, perdurabilidad, significado y otras tantas cualidades que en escenarios competitivos se requiere de los nombres propios. Incluso pareciera que el enjuto hidalgo siguió al pie de la letra las recomendaciones del Naming del siglo XXI pues él denominó sus productos al comenzar su proyecto de caballería coincidiendo con las buenas prácticas actuales que demuestran que el nombre de toda iniciativa influye inexorablemente en la trayectoria de ésta.

En efecto, para su caballo el protagonista de la novela procedió a través de prueba y error tal como se relata en el capítulo I de la primera parte de la obra de Cervantes: “y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”. Incluso para sí mismo, insatisfecho con su nombre civil de Alonso Quijano, él decidió “llamarse Don Quijote de la Mancha, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre de ella”. Respecto a Aldonza Lorenzo, a don Quijote “le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto”.

Aunque se trata de una conducta visionaria del protagonista de esta obra literaria en cuanto a que él para darle nombre a cosas importantes desarrolló un proceso eficiente, dichos episodios de la novela de Cervantes no son en nuestro país generalmente tomados hoy como ejemplos en la educación para la gestión. Pese a que en Chile se han usado nombres potentes para posicionar manufacturas, servicios y personas tal como el nortino aeropuerto “Desierto de Atacama”, el estadio iquiqueño “Tierra de Campeones”, la legendaria “Quintrala” o el cantante “Pedro Piedra”; está por otra parte el “Argentinosaurio”, nombre puesto por los paleontólogos trasandinos al dinosaurio más grande que ha existido. Incluso el proyecto más grande de la humanidad que llevó y trajo de regreso sanos a hombres de la Luna fue nombrado “Apolo”, el dios griego de la luz, sanidad y creatividad. Por el contrario, la insipidez parece predominar en la denominación de calles donde a lo largo de Chile “Las Acacias” se repite más de cien veces en las urbanizaciones, pese a que nuestro país tiene una extraordinaria riqueza literaria en todos los subgéneros del arte de la palabra.

Tal como El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha es un aporte actual en asuntos de Naming, escudriñando en otras obras de la literatura chilena y mundial también se pueden encontrar más contribuciones a la administración moderna. “El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la posición de la Facultad Tecnológica de la Universidad de Santiago de Chile”.